‘El grosor del polvo’, de Jonathan Hernández y las ausencias cotidianas

Apenas distinguimos a Alma de otras mujeres: tiene un discreto negocio de comida corrida, celebra el cumpleaños de su sobrina; a veces se encierra con un amante en un cuarto de hotel. Cruza la avenida con nosotros, se nos pierde entre los edificios. Pocos saben de su dolorosa vida: que los fines de semana se pierde en las calles y pega carteles con los que busca a su hija.

En su ópera prima El grosor del polvo, Jonathan Hernández teje una crónica expectante sobre una madre que transita por la terrible experiencia de la desaparición de su hija. La vida parece haberse suspendido entre supuestos y rumores. Alguno, más cierto, la orilla a tomar decisiones sobre la venganza. 

Con Giovanna Zacarías en el centro de un ejercicio tan íntimo como agobiante, El grosor del polvo participó en la muestra Talento Emergente de la Cineteca Nacional y tendrá su estreno el 17 de octubre, en salas selectas del país. 

Platicamos con Jonathan Hernández sobre esta pieza cinematográfica, que aborda el tema de las desapariciones desde una concentrada, exasperante cotidianidad.

 

Este guión lo escribes con Gustavo Hernández de Anda, ¿cómo empezaron a imaginarse la historia de Alma Pedroza y la búsqueda de su hija?

Hace años un amigo me contó de un país en Centroamérica, donde el sistema de justicia penal estaba tan rebasado que la policía se acercaba a los ciudadanos y les decían: “te dejamos esta información, tú sabrás qué hacer”. Me sorprendió mucho y es la semilla de El grosor del polvo. 

Durante la pandemia, entre Gustavo y yo escribimos la historia. Quería hacer una película acerca de la gente afectada por estas tragedias. El dolor se vive de muchas formas y yo quería hablar de él, de la pérdida, de la restitución del daño, temas que me parecen importantes.

 

El grosor del polvo muestra la cotidianidad de alguien que sufre una pérdida. Alma atiende su negocio, convive con su familia y con otras madres. Hay una concentración del dolor. 

A nivel de género queríamos escaparnos del thriller: no era nuestra intención hacer una película sobre una persona persiguiendo a otra. Queríamos abordar a una mujer que tiene que seguir viviendo, pese a lo que le sucede. Tiene que levantarse, desayunar y seguir trabajando, incluso intenta salir con alguien. ¿Cómo haces tu vida después de una tragedia así? 

En el primer tercio de la película no sabes qué está pasando. Una mujer va a la fiesta de la sobrina, ve a su hermano y tiene que seguir trabajando. Después descubres que ella está en una búsqueda: la ves cansada, le sangran los pies, va al médico; entonces revaloras lo que viste antes. 

Esos temas me interesaban más allá de la persecución, porque luego está esa parte en la cual la historia toma un giro. Probablemente sabes quién es el culpable y, ¿qué haces con esa información? Además, aparece el antagonista, que para mí es el arma: la oportunidad de venganza; cuando una madre se plantea hacerle a otra madre lo que le pasó a ella. Son conflictos que me interesaba contar.

 

¿Te acercaste a grupos de madres buscadoras para darle sustento a tu película? 

Hubo acercamientos, pero quise mantener la distancia porque la realidad es más fuerte que la ficción. Yo no quería que el dolor real —no el dolor de ficción— me llevara por caminos que no eran el punto de partida.

Leí muchas cosas, libros durísimos, como La fosa del agua de Lydiette Carrión, un libro espeluznante; hace mucho no interrumpía una lectura para llorar. Leí ensayos, artículos, reportajes, que es la parte más triste: este fenómeno lo tenemos a la mano, sólo hay que abrir el periódico. 

Luego platiqué con madres que habían sufrido esto. En la escritura del guión, Gustavo y yo planteamos: ¿qué haría nuestra mamá en este caso? Inclusive hubo algunos momentos en que les preguntamos. 

Giovanna Zacarías sí trabajó de cerca con una madre buscadora, incluso hicieron adiciones a la historia. Un hecho que me conmovió muchísimo es que guardan una bolsa con la ropa, para seguir teniendo el olor de su ser perdido; lo incorporé a la película. Otras cosas las dejamos fuera, porque en el cine tiene que haber una línea entre la ficción y la realidad; si no, desvalorizamos la realidad y eso es peligroso. 

 

Hay una colección importante de películas que retratan el tema de las desapariciones; cada una con su tono, su alcance y su ejecución, además de documentales y trabajos de periodismo. ¿Por qué insistir en el tema? 

 A pesar de todo el trabajo alrededor de este tema, todavía no es suficiente. Hemos normalizado las pérdidas y el dolor. Y es a lo que se alude el título: el grosor del polvo es no voltear a ver y que se empolve, que quede sepultado en el pasado. 

Yo no entiendo por qué no es la discusión más importante en este país. En México desaparecen 11 mujeres al día. No podemos dejar de ver este fenómeno. Y de esas mujeres que desaparecen, el 40% son víctimas de seres cercanos: familia, parejas, amigos. 

Tenemos una deuda absoluta como sociedad, en un país que ha padecido de machista crónico. El grosor del polvo aporta su granito de arena, plantea preguntas de cómo se vive el dolor y qué significa resarcir el daño. 

 

¿Qué le puede dar la ficción al tema de las desapariciones?

Alguna vez le pregunté a algunas personas: “Imagina esta situación, ¿tú qué harías?”, y todo mundo dice con una facilidad pasmosa: “yo lo mataría”. Yo decía: “¿De verdad entendemos el mundo de esa forma?”. Y las personas reflexionaban y te das cuenta que no es tan fácil. Los seres humanos tenemos un abanico de sensaciones y emociones; una madre no sabe lo que pesa una pistola; no sabe lo que pasa en esas situaciones.

Por eso hablo mucho de la pistola, para mí es importante en la película. Es la oportunidad de tomar venganza: ¿qué significa esa venganza? ¿Qué valor tiene esa venganza para las personas? Porque además, el supuesto culpable es un chico que parece un buen hermano, un buen hijo, pero la gente es de muchas formas.

Yo quería quitar un poco del heroísmo del cine, donde se hacen cosas titánicas. Quería acercarme desde una mirada sobria. Es la aportación que puedo hacer, porque además no podemos dejar de hablar del tema; no porque haya mucho quiere decir que sea suficiente. 

 

 

En Giovanna Zacarías descansa mucho de la película. Me contaste que se acercó a una madre buscadora y desde ahí fue nutriendo a Alma. Pero después, ¿cómo trabajaron juntos?

Yo conocí a Giovanna años atrás. He asistido dirección muchísimos años y tuve la fortuna de trabajar con ella. Le tenía cierto miedo, porque como dicen en la actuación, “es una bestia de su oficio”, una mujer que se entrega con pasión absoluta a las cosas. Cuando escribí la historia no tenía alguien en mente. En algún momento, Roberto Fiesco me dijo: “yo veo a Giovanna en este papel” y me alentó a acercarme a ella. Le mandé el guion y me habló al día siguiente para decirme que quería hacer la película. 

Fue súper generosa con la película. Nunca terminaré de agradecerle, porque esta película nace de forma súper independiente, por lo tanto, los recursos eran escasos. Se filmó durante la pandemia y fue un esfuerzo tremendo de todos los que participaron. También fue muy respetuosa con mi búsqueda; es otra cosa que jamás podré terminar de agradecerle: sabía que yo tenía algunas dudas en el camino, pero me dijo: “yo no te voy a soltar y que sea lo que tenga que ser”. Creyó en mí y conforme avanzó el rodaje se apropió de Alma. 

Cuando vio la película en el Festival de Morelia, volteó y me dijo: “Ya entendí qué era lo que querías”. Ha sido el halago más grande de este proceso.

 

La locación de Tlatelolco me pareció interesante, creo hay un propósito cuando eliges estos multifamiliares y ciertas vías de tren.  ¿Qué querías que dijera este espacio en tu película?

Me interesaba que los espacios condicionaran el sentir del espectador. Quería una Ciudad de México aprisionando a Alma: en la película prácticamente no hay árboles ni áreas verdes, quisimos aplastar a Alma contra un escenario gigantesco. 

Tlatelolco tiene una historia macabra que no puedes dejar de lado. Luego, tiene esta arquitectura brutalista que me vuela la cabeza. Es un Tlatelolco gris, duro, difícil; el único espacio que Alma tiene para escapar es su casa. Pero en su casa hay silencio, y el silencio es la pesadilla del dolor.

Trabajamos esa intención visual con el fotógrafo César Gutiérrez Miranda, que además es extraordinario, y coincide que después él hizo No nos moverán en Tlatelolco, ambas películas con hilos conductores evidentes. La visión que logramos concretar con César es un paisaje iba a afectar tanto al personaje como al espectador.

 

Mil Nubes es productora de El grosor del polvo y me hace pensar que eres parte de aquella familia fílmica, de aquella genealogía: Julián Hernández, Roberto Fiesco, Iliana Reyes. ¿Cómo es la relación con este grupo? 

Para mí, Mil nubes de paz cerca del cielo, amor, nunca acabarás de ser amor, es una de las películas fundamentales de mi vida. Cuando la vi por primera vez en la Cineteca, me acuerdo de que dije: “en México se hacen películas como las que a mí me gustan”. 

Fue revelador para mí, estaba en una etapa muy temprana de mi vida, descubriendo el cine. Empiezo a descubrir cosas que me gustan muchísimo, como la obra de Fassbinder: luego conectó con Mil nubes, con Julián, y empiezo a estudiar cine. 

Empecé a trabajar en la industria y por azares de la vida llegué a Mil Nubes, a asistir en Las razones del corazón de Arturo Ripstein. Trabajé de segundo asistente de dirección y ahí conocí a Julián. Me acuerdo de que un día llegué y le dije: “no me conoce, pero usted es importante en mi vida por esto”, y a partir de ahí generamos una amistad, con un montón de coincidencias. Julián tiene una forma cinematográfica que me vuela la cabeza y sin duda hay un lazo conductor. 

Pero no solo Mil Nubes, también hay un cine en el que he participado y que ha ido nutriendo mi vida. Por ejemplo, participé como asistente de dirección con Pepe Valle, Carlos Carrera, evidentemente con Arturo Ripstein. Sí hay una cosa cercana que me hace venir de esa línea genealógica.

 

¿Por qué la gente tendría que ver El grosor del polvo?

El grosor del polvo propone un trato respetuoso y serio del tema. Yo no hago películas para responder cosas, en el sentido que yo no tengo la verdad de nada en la vida, soy un observador de la condición humana y trato de contar historias. 

Lo interesante de la película es que tiene una invitación a la reflexión, al planteamiento de preguntas, que al salir de la sala se cuestionen: “¿Yo qué haría? ¿Cuál sería mi acercamiento a una situación como esta?”, me parece lo interesante en ese sentido. Es la oportunidad de ver una película que cuenta una historia entrañable y dolorosa; porque el arte no debe de ser útil, debe ser impactante, para mí es importante: acercarse así a las obras.

 

El grosor del polvo (México, 2022). Dirección: Jonathan Hernández. Guion: Jonathan Hernández, Gustavo Hernández de Anda. Producción: Jonathan Hernández, Linda Ramos, Roberto Fiesco, Javier Colinas. Producción ejecutiva: Linda Ramos, Roberto Fiesco, Javier Colinas. Compañía productora: Arponera Films, Mil Nubes Cine, Indomable Cine, Fuego Neón. Fotografía: César Gutiérrez Miranda. Edición: Urzula Barba Hopfner. Dirección de arte: Roberto Zamarripa. Sonido directo: Antonio Aguilar. Diseño sonoro: Ricardo Lameiras García. Música: N/A. Reparto: Giovanna Zacarías, Erandeni Durán, Cecilia Ramírez Romo, Jimena Sánchez, Víctor Hugo Villanueva, Hanna Yuliana Aguilera